miércoles, 22 de febrero de 2012


Teresa Valdaliso


Al caer la tarde llegamos, por casualidad, a la ciudad de Étera. Fue por casualidad, pues nadie contaba con que se hallara en nuestro camino. Por eso supimos que se trataba de ella. Lo supimos antes, incluso, de entrar por la puerta de la fortaleza que la contiene, cuyo trazado panóptico constaba esta vez de un distinto número de baluartes. No sirvió el santo y seña de acceso de la última vez, pero nos fue permitido utilizar uno nuevo, de nuestra invención, con tal de que fuera diferente al anterior.

Una vez dentro, comprobamos que sus calles tampoco eran las mismas, habían cambiado todas de nombre, y  ya no conducían a los mismos lugares, pues ni siquiera éstos habían permanecido. ¿Cómo saber con certeza que se trataba de Étera? Por una inconfundible peculiaridad:siempre cuenta con el mismo número de habitantes, específicamente con los mismos habitantes.

A Étera se puede entrar de visita, pero uno no se puede quedar a vivir en ella, pues los residentes son la única característica queha de continuar impasible al cambio. Así mismo, éstos tampoco pueden salir de ella.

Las relaciones entre los habitantes tampoco pueden romperse. Los esposos, los amigos, los hijos, los enemigos… siempre serán los mismos. El trabajo, las aficiones, las horas de aburrimiento,…; fueron impuestos en las vidas de los habitantes alguna vez, que nadie recuerda, y seguirán inmutables para siempre.

La razón de la existencia de Éterase debe, precisamente,al hecho de que siempre sea la misma gente la que perciba los cambios que ocurren en su entorno;solamente siendo los mismos podrán darse cuenta plenamente de las transformaciones de su ciudad. Y las han de sufrir pasivos, sin tener la posibilidad de participar activamente en ellas. Son meros observadores de una ciudad que, contrariamente al resto de ciudades,representa el papel de continente activo. Ni siquiera originalmente fue formada por un grupo de personas, sino que fue ella quien formó al grupo de pobladores que hoy la habitan.

Y la conversación que mantuvimos con cada habitante que encontramos fue siempre la misma: el intercambio de opiniones sobre la propia ciudad. Algunos de ellos creen que Étera cambia continuamente para mejor, otros,en cambio, piensan que los cambios siempre son negativos; y aun existe una minoría que opina que no perciben ningún tipo de cambio. Pero éstos a menudo cambian de opinión respecto a lo que piensan. Tal vez sean ellos los que, a veces, aciertan;  tal vez la ciudad no cambia, tal vez somos nosotros, los que venimos de fuera, quienes la vemos cambiada. Tal vez nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

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