José Espulgabueyes
Durante mucho tiempo el hombre imaginó que la tierra
era plana. Aún resarcido de su error una parte profunda de él se obstinaba
nostálgicamente en que debía ser plana. Con el ímpetu que sólo la consecución
de lo imposible es capaz de desplegar, se afanó para lograrlo y hay quienes
opinan que en algunos aspectos se puede decir que consiguió moldear la tierra hacia su
primitiva forma, aquélla que consolaba al antiguo imaginario colectivo.
Sin embargo era inevitable que cada uno de estos
nostálgicos resbalara finalmente por la cadenciosa curva celeste y se diera de
bruces una y otra vez y rodara por su panza colisionando en su trayecto con
otros rodantes descreídos. A pesar de que se han conocido durante un viaje de
rodamiento forman un grupo numeroso y alzan un canto común quejoso pero
suficientemente reivindicativo en el que manifiestan su absoluta convicción en
la lisura de la tierra. Por supuesto este grupo no tendría razón de existir sin
su contrario, aquel que se siente en la certeza de habitar un mundo de maternal
redondez.
A estos últimos les place señalar, como un hermoso
símbolo de su creencia que se hubieran apropiado, aquellos barcos que se
pierden a lo lejos. Los del otro grupo suelen entonces sonreír como sonríe un
adulto ante la descabellada ocurrencia de un niño y practican breves sarcasmos
acerca del viento y la propulsión de los motores.
Existe un
tercer grupo, mucho más escaso en número pero especialmente influyente sobre
los otros dos y que de alguna manera pretende aunar a ambos en su concepción
piramidal. El mayor logro de los piramidales ha sido siempre moverse entre
ambos bandos con un diplomático serpenteo y relajar nunca su ojo vigilante
desde la privilegiada cima. No temen una alianza entre los otros dos grupos,
posibilidad que consideran inverosímil pero viven en una continua sospecha de
leves perturbaciones sísmicas cuyo origen sitúan en la base, lugar donde
imaginan la existencia de los planos, es decir, aquellos que abogan por la
planicie. En tales momentos de vértigo todo es complacencia para con los
redondos a los que apoyan pródigamente patrocinando aparatosas incursiones a
las alturas más negras. Tratan así de aturdir y desmoralizar a los planos. Pero
no es fácil debilitar la moral de los planos que consideran tales evidencias
como obscenos subterfugios producto de una lamentable necesidad por espiar los
fundamentos de su propia fe.
Un objetivo comparten los pensadores planos y los
pensadores redondos; ambos tienen como meta la comunicación absoluta y
simultanea de todos con todos los habitantes del planeta, si bien los sentidos
en los que se apoyan son distintos. Lo planos son muy de ojos y los redondos
más de oídos. A ellos se debe el forjar de campanas, la invención de la
pólvora, los instrumentos musicales, ellos extendieron las redes telegráficas,
pusieron un teléfono en cada casa, bocinas en los vehículos, órganos y coros en
las iglesias e inventaron la voz de la conciencia.
Los planos son los artífices de los colores, todas las
señales, pusieron un televisor en cada casa, agusanaron la tierra con fibra
óptica, cartografiaron los países desde aviones espías, fotografiaron y
pintaron linajes piramidales al completo, colocaron videocámaras en los
hospitales, en las cárceles, en los vestíbulos, en las iglesias y en los cascos
de los soldados, inventaron las letras que dieron un cuerpo a la voz de la
conciencia.
Los piramidales, mientras tanto, se contentan con
dejar hacer. Entre tanto movimiento tratan de no pestañear y no perder el
equilibrio que los mantienen en el vértice superior. Constantemente envían
representantes a los cuatro planos y especialmente hacia la base donde siempre intuyen un peligro soterrado,
unas vibraciones como de pisadas demasiado acompasadas.
No es difícil advertir que los logros de uno se suelen
complementar con los méritos del otro pero ambos encajan esta armonía o
simbiosis como una mera coincidencia que no hace sino resaltar en cada caso la
falta de imaginación o iniciativa para encontrar nuevos métodos de unos y
otros.
En cualquier caso, a veces se hace muy difícil
distinguir a un plano de un redondo e incluso a un pirámide de entre estos dos,
algo absolutamente impensable hace no tantos años. Siendo así que hoy es
posible encontrar a un plano dirigiendo
una orquesta o a un soldado redondo retransmitiendo un combate desde una tierra
lejana que su esférica familia puede
divisar sin reparos a través de un televisor fabricado por planos. Ya no es
extraño asistir a casamientos mixtos oficiados por un piramidal convertido en
redondo. Viven en los mismos bloques de pisos. Sus hijos ruedan o corren
indistintamente, cursan los mismos estudios, desfallecen ante los mismos rasgos
de belleza y aborrecen casi las mismas cosas. En una palabra, su antiguo
antagonismo apenas exige ya una gota de sangre sino que muy al contrario es
tolerada como una suave minusvalía que tan solo requiere de una no muy
engorrosa ortopedia de comprensión.
Se ha dado el caso de un plano moderado que tras
casarse se hizo redondo para terminar tras años de increíble esfuerzo
convertido en un destacado piramidal y como tal se costease un viaje espacial
de tres días sobrevolando el planeta para aterrizar convertido en un plano de
infranqueable fanatismo.
Los piramidales puros que no ven con buenos ojos tanto
trasiego, han establecido una lunática vigilancia sobre sus miembros, mucho más
feroz para los conversos y han blindado los canales que permitía el escaso
acceso a sus casas, a sus negocios y cementerios.
Poco importa, toda precaución resulta banal frente al sinfín de caóticos impulsos que
dibuja el destino de todos los seres y los entrelaza sin remedio. Para los
novelistas románticos queda la épica recreación de esos planos que
resisten infatigables desde el achatamiento de los polos que los redondos les
concediera, la encumbrada marginalidad de los piramidales, siempre suspicaces y
sus históricos tránsfugas. Se empieza a hablar de la necesidad de colonizar
otros mundos y los piramidales se han apresurado a costear todo el proyecto. Algunos piensan que solo
pretenden restaurar su antigua supremacía operativa y con ella la antigua
disección ideológica pero esto tampoco
preocupa mucho al resto que se contenta con un planeta que en su girar perpetuo
los mantenga a todos más o menos bien sujetos al suelo, sea cual sea la forma
en que este se quiera extender.
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