miércoles, 22 de febrero de 2012


José Espulgabueyes

Durante mucho tiempo el hombre imaginó que la tierra era plana. Aún resarcido de su error una parte profunda de él se obstinaba nostálgicamente en que debía ser plana. Con el ímpetu que sólo la consecución de lo imposible es capaz de desplegar, se afanó para lograrlo y hay quienes opinan que en algunos aspectos se puede decir que  consiguió moldear la tierra hacia su primitiva forma, aquélla que consolaba al antiguo imaginario colectivo.

Sin embargo era inevitable que cada uno de estos nostálgicos resbalara finalmente por la cadenciosa curva celeste y se diera de bruces una y otra vez y rodara por su panza colisionando en su trayecto con otros rodantes descreídos. A pesar de que se han conocido durante un viaje de rodamiento forman un grupo numeroso y alzan un canto común quejoso pero suficientemente reivindicativo en el que manifiestan su absoluta convicción en la lisura de la tierra. Por supuesto este grupo no tendría razón de existir sin su contrario, aquel que se siente en la certeza de habitar un mundo de maternal redondez.

A estos últimos les place señalar, como un hermoso símbolo de su creencia que se hubieran apropiado, aquellos barcos que se pierden a lo lejos. Los del otro grupo suelen entonces sonreír como sonríe un adulto ante la descabellada ocurrencia de un niño y practican breves sarcasmos acerca del viento y la propulsión de los motores. 

 Existe un tercer grupo, mucho más escaso en número pero especialmente influyente sobre los otros dos y que de alguna manera pretende aunar a ambos en su concepción piramidal. El mayor logro de los piramidales ha sido siempre moverse entre ambos bandos con un diplomático serpenteo y relajar nunca su ojo vigilante desde la privilegiada cima. No temen una alianza entre los otros dos grupos, posibilidad que consideran inverosímil pero viven en una continua sospecha de leves perturbaciones sísmicas cuyo origen sitúan en la base, lugar donde imaginan la existencia de los planos, es decir, aquellos que abogan por la planicie. En tales momentos de vértigo todo es complacencia para con los redondos a los que apoyan pródigamente patrocinando aparatosas incursiones a las alturas más negras. Tratan así de aturdir y desmoralizar a los planos. Pero no es fácil debilitar la moral de los planos que consideran tales evidencias como obscenos subterfugios producto de una lamentable necesidad por espiar los fundamentos de su propia fe.

Un objetivo comparten los pensadores planos y los pensadores redondos; ambos tienen como meta la comunicación absoluta y simultanea de todos con todos los habitantes del planeta, si bien los sentidos en los que se apoyan son distintos. Lo planos son muy de ojos y los redondos más de oídos. A ellos se debe el forjar de campanas, la invención de la pólvora, los instrumentos musicales, ellos extendieron las redes telegráficas, pusieron un teléfono en cada casa, bocinas en los vehículos, órganos y coros en las iglesias e inventaron la voz de la conciencia.

Los planos son los artífices de los colores, todas las señales, pusieron un televisor en cada casa, agusanaron la tierra con fibra óptica, cartografiaron los países desde aviones espías, fotografiaron y pintaron linajes piramidales al completo, colocaron videocámaras en los hospitales, en las cárceles, en los vestíbulos, en las iglesias y en los cascos de los soldados, inventaron las letras que dieron un cuerpo a la voz de la conciencia.

Los piramidales, mientras tanto, se contentan con dejar hacer. Entre tanto movimiento tratan de no pestañear y no perder el equilibrio que los mantienen en el vértice superior. Constantemente envían representantes a los cuatro planos y especialmente hacia la base  donde siempre intuyen un peligro soterrado, unas vibraciones como de pisadas demasiado acompasadas.

No es difícil advertir que los logros de uno se suelen complementar con los méritos del otro pero ambos encajan esta armonía o simbiosis como una mera coincidencia que no hace sino resaltar en cada caso la falta de imaginación o iniciativa para encontrar nuevos métodos de unos y otros.

En cualquier caso, a veces se hace muy difícil distinguir a un plano de un redondo e incluso a un pirámide de entre estos dos, algo absolutamente impensable hace no tantos años. Siendo así que hoy es posible encontrar a un  plano dirigiendo una orquesta o a un soldado redondo retransmitiendo un combate desde una tierra lejana que su esférica familia  puede divisar sin reparos a través de un televisor fabricado por planos. Ya no es extraño asistir a casamientos mixtos oficiados por un piramidal convertido en redondo. Viven en los mismos bloques de pisos. Sus hijos ruedan o corren indistintamente, cursan los mismos estudios, desfallecen ante los mismos rasgos de belleza y aborrecen casi las mismas cosas. En una palabra, su antiguo antagonismo apenas exige ya una gota de sangre sino que muy al contrario es tolerada como una suave minusvalía que tan solo requiere de una no muy engorrosa ortopedia de comprensión.

Se ha dado el caso de un plano moderado que tras casarse se hizo redondo para terminar tras años de increíble esfuerzo convertido en un destacado piramidal y como tal se costease un viaje espacial de tres días sobrevolando el planeta para aterrizar convertido en un plano de infranqueable fanatismo.

Los piramidales puros que no ven con buenos ojos tanto trasiego, han establecido una lunática vigilancia sobre sus miembros, mucho más feroz para los conversos y han blindado los canales que permitía el escaso acceso a sus casas, a sus negocios y cementerios.

Poco importa, toda precaución resulta banal  frente al sinfín de caóticos impulsos que dibuja el destino de todos los seres y los entrelaza sin remedio. Para los novelistas  románticos queda  la épica recreación de esos planos que resisten infatigables desde el achatamiento de los polos que los redondos les concediera, la encumbrada marginalidad de los piramidales, siempre suspicaces y sus históricos tránsfugas. Se empieza a hablar de la necesidad de colonizar otros mundos y los piramidales se han apresurado a costear  todo el proyecto. Algunos piensan que solo pretenden restaurar su antigua supremacía operativa y con ella la antigua disección  ideológica pero esto tampoco preocupa mucho al resto que se contenta con un planeta que en su girar perpetuo los mantenga a todos más o menos bien sujetos al suelo, sea cual sea la forma en que este se quiera extender.


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