Rafa Murillo
El pueblo ha hablado. Pues yo no le he oído. O quizás no me
apeteciese escucharle. Qué más da. Ha hablado, quedado de nuevo enmudecido, y
satisfecho tras ejercer su papel y ahora se dispone a esperar atónito el devenir
de los acontecimientos. Quizás los pueblos sean como los niños, que lloran
cuando se les lava la cara, cuando la realidad es peor de lo esperado y el
pesimismo pierde, por fin, la esperanza de albergar la razón.
Es en ese estado exacto donde reaccionan, despertando cuando
no se les espera y cuando ya nada ni nadie confía en su propio potencial para
definirse y auto-sorprenderse. Ahí está la primavera árabe. Ahí está Islandia. Ahí
sigue Palestina. Eso cuando aún no le ha dado tiempo a transmutarse en una
simple multitud, en una muchedumbre, o en una simple masa amorfa, que es el
riesgo que corremos los que no descendemos de la Kaaba ni del azufre sulfuroso.
¿Demasiado tarde? Puede que sí, o puede que no. Para resolver nuestras dudas ya
disponemos de nuevos guías para los pueblos-masas. ¿Pueblos que deciden cambios
o masas sometidas al cambio? A lo peor, importará bien poco que nuestros guías
sean hombres o villanas, prohombres o gusanas. Al fin y al cabo acabarán en las
manos de los mejores carpinteros capitalistas, de los mejores Epeos que
marcarán su rumbo y el de sus pueblos-masas, el de sus votantes y el de los que
no. Del de sus masas de troyanos que han permitido su propia invasión, ser
despojados de su poder para auto-dirigirse y consumirse por sus deudas para satisfacerse
a petición ajena. Y sin embargo aún creemos que existimos cuando caminamos
hacia las necrópolis plásticas a enterrar sardinas para verlas pudrir cada
cuatro años. Como un Sísifo de millones de almas en pena, extasiados por sólo
experimentar la libertad durante un breve instante de tiempo. Conseguimos creer
que somos de nuevo y una vez más el pueblo sin más, ése que determina sus
proyectos, aspiraciones y arrepentimientos mientras nos someten al subterfugio,
quizás a minuciosos planes encaminados a dejar insignificantes nuestras propias
vidas.
Con sólo el valor que nos indican las rating y los traders, y
con el objetivo de tomar el control de las mismas. Pero Solón ya ha visto salir
a Roma de su eterno sueño mientras el capi-tal golpea de estado a la palabra;
Poseidón huye despavorido por las piscinas de las polis helenas porque sus
caballos, inútiles, ya no pueden cabalgar sobre el mar y los cerezos ácidos de
Montgomery dejan caer ya letalmente sus madurados frutos, plurales y
masculinos, en las antípodas europeas de Atenea. ¿Qué más esconde este caballo
de Troya? Seguramente, el control total. Distópicamente, un Gran Hermano que
ordenará el funcionamiento de los súbditos conciudadanos para conseguir que ni
piensen, ni actúen, ni tomen la palabra. Ni cada cuatro años. Sólo que
produzcan e hipotequen sus ilusiones para satisfacer a los comandantes en jefe
del capital, a los jefes supremos, a los dioses paganos. Con la particularidad
de que más temprano que tarde nacerán esclavos que se sentirán libres al no
haber conocido otra cosa, y entonces Time se quedará sin portada. Porque nadie
tomará el espacio para reclamar sus derechos y su falta de libertades, sus
pocas oportunidades y esperanzas de aspirar a tener el control de su propio
destino. Y pese a ello, da la sensación de que somos sujetos conscientes de
vivir un momento histórico de “cambio”. Puede que no estemos equivocados, pero
¿y si todo tuviese un significado opuesto al que pensamos creer? ¿Cabe la
posibilidad de que sólo seamos marionetas de funciones en representación
diseñadas para agotarnos, dejarnos exhaustos? En ese caso podría ser que no
fuese el mejor momento para cambiar la historia, sino para reescribirla. No
para modificar ciertos parámetros de ella, sino de pararla por completo y
resetearla. En silencio y desde dentro. Inside.
Sin escándalo; el griterío cansa, agota y consigue hacer triunfar al adversario
por alguna excéntrica razón. Ese podría ser el punto de partida del verdadero
cambio, o de eso que ocurre cuando se transita de un estado a otro. Quién sabe.
Sólo cabe la posibilidad de intentarlo. O no.
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