domingo, 19 de febrero de 2012


Nohe Larte

Un día Juana nos llamó por teléfono, y nos preguntó que teníamos que hacer esa mañana. Nos dijo que quería denunciar pero que tenía miedo de hacerlo sola. Así que, tras hacer un recorrido mental por su realidad y su historia, le acompañamos a la comisaría de policía nacional. Y esto fue lo que declaró:

-Sufro malos tratos pero, por miedo, nunca he denunciado.
Cinco soles iluminan el oscuro almacén sin ventanas que ocupamos, a pesar de ser los espectadores del sufrimiento que vivimos constantemente.
No hay puertas, ni paredes, no existen habitaciones; la intimidad nunca ha sido una realidad en esta casa. Gritos, insultos, bofetadas, patadas, puñetazos, incluso agresiones sexuales son las escenas que contemplan mis cinco hijos a media noche, al atardecer, a mediodía, por la mañana antes de ir al colegio, o de madrugada cuando él llega interrumpiéndonos el sueño, agresivamente, sin importarle nada ni nadie.
Me busco la vida como puedo para poder darles de comer. A veces, me dan los platos de comida que sobra en el comedor del colegio de los niños; además, me llevo muy bien con alguna madre de la puerta que me da ropa. Los maestros dicen que mis hijos son muy listos, pero mi niño mayor cada vez está más triste.
De vez en cuando, mi padre me manda dinero, pero cuando ese desgraciado se entera me lo quita, y si no se lo doy me pega. Me obliga a vender marihuana, hachís y cocaína. Gana mucho dinero, algunos días más de seiscientos euros.
Comenzó a pegarme cuando estaba embarazada de mi niño mayor, yo sólo tenía diecisiete años y me daba patadas en la barriga, el padre, digo. Dormíamos en la calle, hacía mucho frío y era de noche, la gente estaba en sus casas… nadie se enteraba de nada. Me he quedado embarazada ocho veces más, y he abortado cuatro. Hace ya nueve años de eso. Me ha dado muy mala vida.
En todo este tiempo, he intentado denunciar en varias ocasiones, pero tengo mucho miedo porque amenaza con matarnos.
La casa sólo puede cerrarse con un candado cogido a dos cáncamos de nada, no hay donde esconderse, ni siquiera hay armarios, ni cajones, sólo tenemos las camas, bajo una de las cuales guarda la katana, y la pistola debajo de la almohada.
Me da mucho susto denunciarle, pero eso ya no, mis hijos no, eso ya no, ya no. Ayer, llegó a las ocho de la tarde a la casa y quería que se fueran a dormir para él estar tranquilo. Nos pegó a los tres, a las niñas no les toca. Esta mañana otra vez. La asistenta lo sabe, que mi niño es muy nervioso, pero eso no, eso ya no, a mis hijos no. A mis hijos que no me los toquen que me vuelvo loca.
Más vale tarde que nunca. Ya no quiero verlo en mi casa, no quiero que se acerque a mí ni a los niños.

-Demasiado ha tardado en denunciar señora. ¿Alguna agresión que le gustaría destacar? – preguntó el agente de policía.

-Una vez me apuntó con la punta de la pistola en la cabeza, y me cortó el clítoris con unas tijeras- dijo cabizbaja, pero muy segura de la decisión que estaba tomando.

-Dos agentes de secreta le van a acompañar a su casa y la estarán vigilando. Le aconsejamos que en las próximas 24 horas se quede tranquila en el domicilio. Mañana por la mañana le acompañarán a la Ciudad de la Justicia para recoger la Orden de Alejamiento. En el mismo momento que su marido sea detenido recibirá el comunicado.

La cruel realidad de Juana no terminaría aquí. Los educadores de calle, muy bien sabemos, que no es fácil cambiar la realidad social en la que se nace, ya que muchos factores condicionan la exclusión. El proceso de cambio es muy lento, a veces tenemos la sensación de que no se avanza y otras que se retrocede, aunque éste fue un gran paso en la vida de Juana.

En nuestro día a día somos testimonio de duras realidades, como la que hemos contado, sin embargo, es muy gratificante vivir experiencias tan enriquecedoras de relación humana y de ayuda.
Nuestra mayor realidad es sentirnos afortunadas de haber nacido en este entorno y formar parte de nuestra familia.

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