sábado, 18 de febrero de 2012




Inmaculada Hoyos

A muchos puede sorprender que un filósofo del siglo XVII, poco conocido y, desde luego, poco convencional como Spinoza pueda decirnos algo interesante sobre cómo es posible el cambio, el cambio a nivel individual y social, el cambio hacia lo mejor, el cambio hacia “estados de mayor perfección” como él mismo dice.

Y es que este filósofo moderno concibe la realidad, como tantos de sus contemporáneos, desde una perspectiva científica físico-matemática según la cual todo lo que ocurre es necesario y está determinado por una causa. No hay, pues, libertad entendida como indeterminación, es decir, como voluntad capaz de elegir un fin libremente sin causa. Pero si no hay libertad, ¿cómo es posible el cambio? ¿Cómo puede una filosofía determinista como la de Spinoza explicarlo? Mi propósito es, pues, plantear, en primer lugar, algunos de los problemas con los que se encontró Spinoza para explicar la libertad y, junto con ella, el cambio; y, en segundo lugar, aludir a algunas de sus propuestas o soluciones para explicar y posibilitar efectivamente tal cambio.

La obra de Spinoza, especialmente su Ética demostrada según el orden geométrico, comienza revolucionando su época al declarar que Dios o la única Sustancia existente era la Naturaleza. Lo real es Naturaleza, una única Naturaleza que, sin embargo, se expresa de infinitos modos. Esta tesis revolucionaria, que sus contemporáneos asociaron a una forma de ateísmo, le valió a nuestro filósofo la expulsión de la comunidad judía a la que pertenecía y el honor de formar parte de los autores condenados por la Inquisición. No obstante, no fue ésta la única tesis controvertida de la filosofía spinoziana, pues, además, mantiene que de este Dios convertido en Naturaleza se deriva todo lo que es y obra, de modo que, según demuestra Spinoza, todo está determinado. No hay nada contingente en la naturaleza.[1]  Tampoco el ser humano, que es una parte de la Naturaleza, lo es.

La filosofía de Spinoza rechaza el antropocentrismo, y, de esta forma, considera la Naturaleza no desde el hombre, sino, al contrario, al hombre desde la Naturaleza. La condición humana se define por ser parte de esa Naturaleza total o única Sustancia. El ser humano es un modo de esa Naturaleza: un modo finito de potencia limitada.  Sin embargo, a diferencia de la Naturaleza total de la que forma parte, el hombre no tiene una potencia infinita de ser y obrar, ni es causa adecuada de sus acciones.[2] La Naturaleza, según explica Spinoza, no está indeterminada. Todo lo que ocurre en ella tiene una causa. Sin embargo, en su caso las causas que determinan lo que ocurre se explican por las propias leyes de la Naturaleza misma, es decir, que la Naturaleza  está autodeterminada, esto es, es causa adecuada de lo que ella es y hace. Sin embargo, el ser humano no sólo está determinado, sino que lo está por causas que no proceden de él mismo. El ser humano no es autónomo. Sólo somos causa inadecuada de nuestras acciones, es decir, que éstas no pueden explicarse sólo por nosotros mismos como causa, sino que para explicar lo que hacemos tenemos que recurrir también a la influencia de otras causas exteriores a nosotros mismos que conforman el resto de partes de la Naturaleza.

Cuando sólo somos causa inadecuada de nuestras acciones, según explica Spinoza, padecemos[3].  “Padecemos –escribe Spinoza en el libro III de su Ética- en la medida en que somos una parte de la Naturaleza que no puede concebirse por sí sola, sin las demás partes”. Y “es imposible que el hombre no sea una parte de la Naturaleza y que no pueda sufrir otros cambios que los inteligibles en virtud de su sola naturaleza y de los cuales sea causa adecuada.”[4]  La cuestión es, pues, que en un sistema determinista en el que todo tiene una causa, el cambio estará vinculado con el tipo de causa que nos determina, es decir, que el cambio hacia lo mejor sólo será posible si conseguimos lograr que la causa que nos determina a obrar proceda de nosotros mismos, que nosotros mismos seamos esa causa, que seamos una causa adecuada de nuestras acciones.

La filosofía de Spinoza también indica cómo es posible realizar esto. Y es aquí, llegados a este punto, donde me gustaría retomar la cita de aquel personaje de Soñadores, de B. Bertolucci, que nos sirve de marco para estas reflexiones. “Antes de cambiar el mundo, tienes que aceptar que tú también formas parte de él”[5] nos decía el maestro italiano. Y  algo muy similar nos enseña el filósofo Spinoza. Para ser causa adecuada de nuestras acciones y, en ese sentido, alcanzar cotas mayores de libertad, de virtud y de felicidad, es necesario conocer la naturaleza y entendernos a nosotros mismos como partes de ella. “En la medida en que entendemos eso [que somos una parte de la naturaleza cuyo orden seguimos] –arguye Spinoza- ,  el esfuerzo de lo que es en nosotros la mejor parte concuerda con el orden de la Naturaleza entera.”[6] Sólo cuando conocemos la naturaleza, entendemos sus leyes y comprendemos y aceptamos que nosotros somos una parte de esa naturaleza, pasamos de ser causa inadecuada o parcial de nuestras acciones a ser causa adecuada de las mismas. Conocemos las causas que nos determinan, las leyes que nos rigen, y cuando lo hacemos así, podemos cambiar nuestra perspectiva sobre esas causas, podemos aceptarlas o negarlas. El mayor instrumento con el que cuenta el hombre para cambiar, para ser mejor, más libre y más dichoso, es, pues, su razón y su afecto. Comprender y querer nuestra condición natural, finita y humana es el único modo de mejorarla.  Comprender y amar: ese es el secreto de la transformación spinozista.

En conclusión, lo que pretendía poner de manifiesto, de la mano de Spinoza, es que todo cambio posible debe partir de uno mismo. A veces para ese ser finito de potencia limitada que somos, no es posible cambiar el mundo, es decir, alterar las leyes de la naturaleza. Sin embargo, para nosotros se nos abre otra vía posible de transformación y perfeccionamiento: la vía del pensamiento y del afecto.  Y ello porque conociendo y amando la naturaleza, y conociéndonos a nosotros mismos como parte de ella, cambia nuestra perspectiva sobre el mundo. Y es precisamente ese cambio en nuestra manera de ver las cosas lo que transforma nuestra manera de vivirlas. Así, puede afirmarse que un modo de pensar da lugar a un modo de vivir. Y que cambiando nuestra manera de concebir las cosas, también cambiamos nuestra forma de vivirlas.  Dicho sea esto, sobre todo, para aquellos que piensan que las humanidades, la filosofía, la literatura, las artes,… no dan lugar a resultados prácticos, no dan lugar a “beneficios para la sociedad”, no cambian el mundo. Contra ellos, contra los escépticos, Spinoza enseña que la única forma de transformar nuestro mundo reside en cambiar nuestra manera de pensarlo.


[1] Spinoza, B., Ética, I, 29. Trad. Vidal Peña. Alianza Editorial, Madrid, 5ª reimpr. 2006,  p. 83.
[2] Spinoza afirma en el libro II de su Ética que “a la esencia del hombre no pertenece el ser de la sustancia, o sea, no es una sustancia lo que constituye la forma del hombre”. (Ética, II, 10, p. 123).
[3] Ética, III, definición III, p.193.
[4] Ética, IV, 2 y 4, pp. 291-292.
[5] Véase Bertolucci, B., Soñadores, 2003. El personaje está basado en la novela de G. Adair, The Holy Innocents, que también fue guionista de la película.
[6] Ética, IV, capítulo  32, p. 379.

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