Omar Vilata
Esperando
el bus de Sagunto, una vez más sufriendo esa inquietud de si habrá
pasado ya o no (los horarios de paradas de esta línea pueden llegar a
ser un misterio insondable), o de si estaré plantado en el sitio
adecuado (cualquier señalización de parada brilla por su ausencia), veo
en el lateral de una marquesina, con un diseño poco talentoso por
cierto, el anuncio publicitario de una conocida compañía de seguros.
El
mensaje viene a ser: igual que a la niña, por supuesto blanca de clase
media alta (¿será aquella famosa de Rajoy?), le embarga un reconfortante
sentimiento de seguridad cuando su padre la coge de la mano, éste
necesita a su vez el cobijo de la compañía aseguradora (de ÉSTA y no de
otra) para afrontar los innumerables peligros de la vida.
Inevitablemente, todo esto me lleva a la siguiente reflexión: el hecho
de poseer cosas engendra el miedo a perderlas… y el impulso a
asegurarlas. De haberla escuchado de boca de alguien, la verdad, yo
mismo habría soltado algún chascarrillo socarrón por frase tan
sentenciosa que pareciera salida de un librillo barato de citas
memorables y otros residuos de sabiduría ancestral. Por ello me merezco
un solemne toque de gong: “¡puannng!”.
Y ahí estoy, aún flotando entre disquisiciones pseudofilosóficas y sus consecuentes resonancias metálicas (…poseer… perder… miedo… puannng…),
cuando reparo en mi ya acostumbrado picor de garganta tendente a la
cronificación al menos en lo que dura el curso escolar. Y hablando de
gargantas, ¡cagüen!, ¡ha desaparecido de mis manos un pañuelo de cuello
que me regalaron por mi 29 cumpleaños y con el que pretendía prevenir
horas más tarde con el fresco de la caída del sol el recrudecimiento de
tales molestias! Debo de habérmelo dejado en la cesta de la bici de
alquiler al bajarme de ella y venirme a esperar el bus. Aún oigo los
últimos flecos conceptuales de poseer… perder… Ironías del destino o, dicho en plata, qué recabronas pueden ser a veces las coincidencias.
Como diría un amigo, “benvolgudíssima lectora”, ahora ya puedes
aligerar la intensidad de la lectura porque a partir de ese momento todo
lo que pasó por mi mente se revela mundano y vulgar en extremo,
meramente procedimental, burocrático: ¿Cómo
recuperarlo?¿Ir a objetos perdidos confiando en que alguna alma
caritativa lo haya dejado allí? Difícil: el artículo en cuestión es
ciertamente goloso (colorista, saleroso, amoroso al tacto y demás).
Bla-bla-bla.
. . .
…poseer… perder… miedo… miedo… miedo…
… no poseer… no perder… no miedo… ¡no burocracia!... ¡¡ALEGRÍA!!
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