jueves, 28 de marzo de 2013












Omar Vilata

Esperando el bus de Sagunto, una vez más sufriendo esa inquietud de si habrá pasado ya o no (los horarios de paradas de esta línea pueden llegar a ser un misterio insondable), o de si estaré plantado en el sitio adecuado (cualquier señalización de parada brilla por su ausencia), veo en el lateral de una marquesina, con un diseño poco talentoso por cierto, el anuncio publicitario de una conocida compañía de seguros.  
El mensaje viene a ser: igual que a la niña, por supuesto blanca de clase media alta (¿será aquella famosa de Rajoy?), le embarga un reconfortante sentimiento de seguridad cuando su padre la coge de la mano, éste necesita a su vez el cobijo de la compañía aseguradora (de ÉSTA y no de otra) para afrontar los innumerables peligros de la vida. Inevitablemente, todo esto me lleva a la siguiente reflexión: el hecho de poseer cosas engendra el miedo a perderlas… y el impulso a asegurarlas. De haberla escuchado de boca de alguien, la verdad, yo mismo habría soltado algún chascarrillo socarrón por frase tan sentenciosa que pareciera salida de un librillo barato de citas memorables y otros residuos de sabiduría ancestral. Por ello me merezco un solemne toque de gong: “¡puannng!”.

Y ahí estoy, aún flotando entre disquisiciones pseudofilosóficas y sus consecuentes resonancias metálicas (…poseer… perder… miedo… puannng…), cuando reparo en mi ya acostumbrado picor de garganta tendente a la cronificación al menos en lo que dura el curso escolar. Y hablando de gargantas, ¡cagüen!, ¡ha desaparecido de mis manos un pañuelo de cuello que me regalaron por mi 29 cumpleaños y con el que pretendía prevenir horas más tarde con el fresco de la caída del sol el recrudecimiento de tales molestias! Debo de habérmelo dejado en la cesta de la bici de alquiler al bajarme de ella y venirme a esperar el bus. Aún oigo los últimos flecos conceptuales de poseer… perder… Ironías del destino o, dicho en plata, qué recabronas pueden ser a veces las coincidencias.

Como diría un amigo, “benvolgudíssima lectora”, ahora ya puedes aligerar la intensidad de la lectura porque a partir de ese momento todo lo que pasó por mi mente se revela mundano y vulgar en extremo, meramente procedimental, burocrático: ¿Cómo recuperarlo?¿Ir a objetos perdidos confiando en que alguna alma caritativa lo haya dejado allí? Difícil: el artículo en cuestión es ciertamente goloso (colorista, saleroso, amoroso al tacto y demás). Bla-bla-bla.

. . .

    …poseer… perder… miedo… miedo… miedo…
    … no poseer… no perder… no miedo… ¡no burocracia!... ¡¡ALEGRÍA!!

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