jueves, 28 de marzo de 2013













Juan Antonio Cerezuela

Desde el momento en que me conecté a Internet ya no concibo muchos de los aspectos de mi vida sin él.

En la última semana, he utilizado Internet con el pensamiento de realizar algún viaje; de buscar un libro de Richard Sennett y de Jacques Alain-Millet; subir dos vídeos en Vimeo que hice hace algunos años; de revisar mi página web y ver qué cosas debería actualizar y aún no he hecho; de conocer el diagnóstico de un intenso dolor de estómago que me duró un par de horas; de ver la vía más fácil para llegar desde Manises a la Malva Rosa haciendo el menor número de transbordos posibles; de revisar las cuentas del PP en El País digital; de buscar una canción de Windowspeak y morir en el intento sin hallarla; de aprender a recortar de forma perfecta el pelo en Photoshop; de saber utilizar correctamente las siglas op. cit., et. al., e Íbid. en un texto para una revista de investigación; de volver a ver el corto The Big Shave y recordar que el director era el mismísimo Martin Scorsese; de ver vídeos chorras para pasar el rato; de hablar con mis amigos y hacer nuevos en Facebook; de chatear y hablar por Skype; e incluso de ver fragmentos de películas y leer algunos textos que me inspirasen a escribir este artículo.

Más de mil millones de usuarios de Internet pueden hacer ver que nuestro día a día pasa por estar varias horas conectados. Internet no sólo ha transformado nuestros hábitos, sino nuestros espacios físicos.

Nuestros cuartos ya nunca serán sitios para nuestra intimidad o privacidad, sino espacios potencialmente situados en la esfera pública a través de nuestra conexión a la Red. Es a esto a lo que Remedios Zafra se refiere como nuestro cuarto propio conectado, “una mezcla de la calidez del espacio íntimo y privado que regulado online se deja hacer público”.1 Este nuevo territorio ambiguo e indefinido ha permitido a algunos autores como Paula Sibilia hablar de extimidad – concepto que tuvo su origen en el psicoanálisis de Lacan – y que en el contexto al que nos referimos ha sido utilizado para referirse a una especie de comportamiento extrovertido ejercido en la telerrealidad y en la infinidad de redes sociales, plataformas de vídeo y foros que pueblan Internet, donde los individuos tienden a hacer público todo tipo de información relativa a su intimidad, sus vidas privadas, y sus pensamientos, aspectos que antes quedaban reservados al ámbito familiar.

Sentimos de algún modo que estos lazos compartidos de forma pública nos mantienen, de algún modo, más conectados que nunca con los otros usuarios, y en ocasiones resulta muy significativo que muchos se sientan en compañía con desconocidos. No estar actualizados, reseteados ni conectados a los nuevos medios produce pavor y no sólo implica desconexión de todo aquello que nos facilita la Red, sino una desconexión del mundo semi-físico y semi-virtual que estamos construyendo. En definitiva, un miedo a quedar desconectados del resto de la sociedad pero también de nuevas formas de gestionar nuestra intimidad y nuestra privacidad.
Este pavor no permanece aislado de otra idea que ha ensombrecido nuestras creencias acerca del avance de estas nuevas formas de conexión, y que tiene que ver con la extraña paradoja de que cuantos más medios y herramientas existen para estar conectados, menos lo estamos; más triunfa el ego propio y la individualidad en la Red que reclama una audiencia convenida.


Pese a todo lo dicho, cuestionable o no, sólo espero una cosa: Por favor, no me desconecten. 


1  ZAFRA, Remedios, Un cuarto propio conectado, Madrid: Fórcola, 2010, p. 20-21.

No hay comentarios:

Publicar un comentario