Juan Antonio Cerezuela
A finales de los sesenta, la idea
se sobreponía a la forma, y la huída de la pureza formal y de los acabados
industriales tan característicos del Minimal obligaba a abrazar el concepto y
el proceso como pilares emergentes de la expresión artística. La
desmaterialización de la obra artística dio paso a nuevos caminos: el Earth Art
y Land Art, el Body Art o arte corporal, el activismo, el arte povera y el arte
puramente conceptual que acababa por sintetizar la forma de la obra en la idea.
A caballo entre el arte del
cuerpo y el arte conceptual, el artista italiano Piero Manzoni (Soncino, 1934 –
Milán, 1963) pudo resultar especialmente provocativo. En sus Esculturas vivientes (1961) cualquier
individuo quedaba convertido en obra de arte con que tan sólo el artista
firmase una parte de su cuerpo. El mismo año, en la galería Taratuga de Roma,
dispuso unos pedestales que convertían en escultura efímera a todo aquel que se
subiera sobre ellos. En otra de sus esculturas, conformadas por su propio
aliento – del artista – (Corpo d´aria
- Cuerpo de aire), el propio Manzoni
inflaba el globo a doscientas liras por litro para todo aquel comprador que
deseara adquirir esta obra. Entonces la obra pasaba a titularse Fiato d´artista. Cualquier huella física
del artista era convertida en obra de arte: firmas, alientos, huellas
dactilares, sangre… y hasta excrementos. Así ocurrió con su obra Merda d´artista (Mierda de artista),
cuando enlató sus excrementos en latas de treinta gramos, vendiéndolas al
precio de cotización del oro.
Cincuenta años más tarde, en el
2011, el también italiano Max Papeschi saltó a los medios de comunicación con
una obra que podría ser entendida también como una patada al mercado del arte.
Esta vez sin excrementos de por medio, aunque con una propuesta que a más de
uno haría que su familia lo desheredase: “mamá, voy a subastarte”.
Al principio la señora Papeschi
estaba poco convencida, y no era para menos. Su hijo había intentado
convencerla para ponerla en subasta en la galería Rinascimento Contemporaneo de
Génova. Eso sí, quien decidiera comprarla debería tratarla bien y dejar que su
hijo la visitase una vez cada dos semanas. Sin acabar aquí la jugada, el
artista decide hacer seis reproducciones de su madre (seis actrices) para que
los museos y fundaciones puedan “pillar cacho”.
Sospecho que entre la acción de
Papeschi y las de Manzoni existe algo más que cincuenta años de diferencia. El
componente crítico al mercado del arte revela grietas en Papeschi. El autor
admitió su llegada al arte por casualidad (ya que en realidad era director y
guionista de teatro) y dijo que continuaría en el arte hasta que dejase de
divertirle.[1]
A Papeschi le interesaba la reacción del público, y anunció abiertamente que su
acción no estaba exenta de un interés por conseguir fama y dinero.
Bajo planteamientos en apariencia
similares, dotes de humor y de hipocresía, cabe cuestionarnos algunos discursos
del arte actual, mirarlos con lupa. Ya no se trata de romper con formalismos
más o menos clásicos; no tiene tampoco sentido la mera provocación. No hay que
ser iluso: la idea, el concepto y el discurso crítico también forman parte de
un mercado en tanto que se institucionalizan, se copian, se venden. Sin
embargo, la contradicción de los discursos críticos al consumo es acabar
convirtiéndose en un producto, a menos que la ironía surta realmente efecto.
Provocación y espectáculo: démosle a Papeschi su momento de gloria warholiano,
porque lo habremos hecho pasar a la historia.
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