sábado, 30 de junio de 2012


Fernando Jiménez

Julius se levantó esa mañana con un giro de tuerca que desembocó en una idea. Pasarse un día entero sin consumir. Nada, ni un mísero chicle, no quería ni siquiera mancharse las manos con la tinta húmeda de los periódicos gratuitos, porque al fin y al cabo era una forma más de consumo. Pensaba que el aborigen del capitalismo lo estaba machacando con su popups publicitarios.
Prescindió, en primer lugar, de la higiene diaria, para ahorrar agua, jabón, desodorante y otros jugos y polvitos que hacían de la vida la esencia del culto al cuerpo. Julios aún consideraba su físico decente y bien bruñido. Se miró un par de veces en el espejo, se guió el ojo y ensayo un par de frases policíacas, tales como “Mi nombre es Bond, Julios Bond” o “ Are you talking to me?”.
Instantes después fue a la cocina. Julios no solía desayunar porque su estómago se encontraba cerrado a primeras horas de la mañana. Tampoco solía acordarse de comprar pan y era algo a lo que no era capaz de acostumbrarse a pesar de considerar una costumbre muy española. Julius en el fondo no se consideraba demasiado español. Así que se conformó con ingerir un chorro de aceite directamente de la aceitera y sin perder más tiempo salió a la calle a disfrutar plenamente del día sin consumo.
Con el firme propósito de no comprar evitó acercarse a los kioscos, a los estancos, a las librerías, ni los cines, ni los circos. Incluso dio un gran rodea para evitar los teatros. Se pasó la mañana contándose historias rocambolescas y cuando las tenía asimiladas se las contaba a las palomas del parque, que poco o ningún caso le hacían porque no tenía pan que ofrecerles. Pasó después varias horas tumbado a la sombra de un rododendro, viendo el sol entre sus ramas, y cuando lo venció el aburrimiento se puso a leer el periódico por encima del hombro de un viejo que andaba sentado en un banco, pero que a los pocos minutos empezó a mirarlo mal. Frustrado se fue camino de casa, pero aún era mediodía y no quería quedarse toda la tarde sin tele, radio e Internet. Era dura la vida del consumidor 0.
Así que empezó a imaginar cosas que ocuparan las horas que aún le quedaban de día tales como esculpir estatuas con trozos de desechos encontrados por los contenedores, hacer un ejercito de pajaritas papirofléxicas con los periódicos viejos que deambulaban por los callejones o dibujar el rostro efímero de la chica de sus sueños con miguitas de pan duro, que pronto fue devorado por un nutrido grupo de palomas. A pesar de todos los esfuerzos por mantenerse activo, Julius se fue a casa gimiendo en silencio sin derramar lágrimas, se tumbó en el sofá con la luz apagada y espero a que el reloj de cuco marcara la medianoche. Poco después se levantó, se tomó un sirbo de aceite y se metió en cama.
Era duro ser un consumidor 0, a pesar de no necesitar comer ni dormir demasiado. Aunque, no tenga a nadie a quien mantener. Aunque, en el fondo, no sea más que una máquina expendedora de bonitas palabras. Aunque, en la superficie, solo esté hecha de tuercas y latón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario